USHEBTY

                 USHEBTY

 

                    Andy

 

                    García

 

Nunca jamás,  perturbes la paz de un difunto, porque un día, tarde o temprano, acabarás siendo parte del Reino de los Muertos”

 

Andy García

 

Quiero dejar claro ante todo, que esta historia por rocambolesca e inverosímil que parezca, está basada en un hecho real como la vida misma, doy fe de ello, como participante de primera mano en ella, ya os digo, que ahora más que nunca, doy por cierta la máxima que dice: <<La realidad supera a veces a la ficción>>

 

Cuando acabéis este relato verídico estaréis en posesión o no, de dadme la razón.

 

 

Mi profesión es anticuario, una profesión que adoro y que viene de familia, yo formo parte de la quinta generación, poseo una modesta galería en “Quai Voltaire” en París, frente al Louvre, pero en la orilla opuesta. Mi nombre es Patrick Lepeltier, pero el verdadero protagonista de esta historia es mi amigo español Javier Ruiz, quien solicitó mi ayuda de forma desesperada dada la situación en que se encontraba. Mi amigo es escritor, y un gran apasionado de la arqueología y la egiptología, escribiendo como no podía ser de otra manera, historias recreadas en el Antiguo Egipto.

 

 

Me había comentado en numerosas ocasiones que sus lectores no comprendían cómo podía escribir sobre el Antiguo Egipto, si nunca lo había pisado, Javier les respondía, que había viajado a él en innumerables ocasiones, a través de sus lecturas y sus estudios. Siempre me decía que deseaba viajar a Egipto, y que había tenido que posponer el viaje en numerosas ocasiones por diversos motivos, pero que tenía en mente realizarlo muy pronto, y así fue, lo llevó a cabo sin esperarlo y de la mejor forma posible.

 

Gracias a una gran amiga mía que le presenté, gran amante de la egiptología y muy bien relacionada con altos estamentos de la egiptología aquí en Francia y en Egipto, emprendió el que sería el viaje de su vida nunca mejor dicho. Mi amiga Michelle llevaba viajando a Egipto más de treinta años con un grupo de expertos en egiptología, ella también lo era. Después de asistir todos a una cena en mi casa, salió la conversación durante la misma el tema del Antiguo Egipto, como es lógico, todos nos sumamos animados a ella. Al final de la cena, mientras brindábamos se decidió el viaje.

 

 

Javier se hallaba eufórico, lo que tanto había deseado en su vida, ahora se hacía realidad, y de la mejor manera posible. Ese no era un viaje turístico por el Nilo, era un viaje donde visitaría muchos lugares donde los turistas no tenían acceso, y vería yacimientos arqueológicos vistos sólo por especialistas y unos pocos…

 

 

 

Al despedirse, me abrazó eufórico y me dio las gracias repetidas veces, yo me sentía bien al verle tan contento, claro, que ninguno de los dos imaginábamos en ese instante hasta donde podía llegar el poder la magia egipcia, al actuar con desconocimiento y llegando a romper el equilibrio de la “Maat”, el equilibrio cosmogónico por excelencia, dando lugar al “Caos”, el temido lado oscuro…

 

 

Nos despedimos y quedamos en vernos la próxima semana, reuniéndonos de nuevo con el grupo.

 

 

La nueva reunión fue en casa de Michelle, quien nos recibió con todo lujo de detalles, y por supuesto, con un excelente champán francés.

 

Para sorpresa de Javier, el grupo le había preparado una guía completa del viaje, incluido descripciones pormenorizadas de los lugares, así como bellas fotografías de templos, tumbas y museos a visitar. Javier lo ojeó con euforia y dio las gracias al grupo. El viaje sería de un mes, aun así, faltaría tiempo para ver muchos más lugares, pero con el buen criterio seguido por el grupo dada su experiencia en el país de Kemet, verían lo más importante de la milenaria cultura egipcia.

 

 

Tanto él, como yo pensamos que escribiría parte de su nueva novela desarrollada en el Cairo in situ, y sí, lo hizo, pero se dedicó más a tomar notas para después plasmarlas en la trama de la misma. Me mostró la guía del viaje y me fue explicando para mi asombro todos los lugares que visitarían, cómo si ya hubiese estado en ellos, conocía cada rincón de ellos, sus relieves, sus pinturas, las estatuas faraónicas y los templos. Volvió a darme las gracias, y volví a sentirme bien viendo su estado de ánimo, parecía un chiquillo cuando va a su primer viaje de estudios.

 

 

Llegó el día de la partida, y acompañé al grupo al aeropuerto, eran ocho personas y me ofrecí a llevarles al aeropuerto en mi vehículo de nueve plazas. Recuerdo la cara de felicidad que llevaba Javier, iba totalmente emocionado y aún no se creía que fuera rumbo al País de las Dos Tierras.

 

 

 

Durante la estancia en Egipto me llamó por teléfono en varias ocasiones, yo disfrutaba al oírle relatar todo lo que me decía y en la forma que lo hacía. Su tono denotaba una inmensa felicidad, relataba los lugares de forma casi poética y llegaba a desbordarme con tantos nombres de reinas, faraones y monumentos, pero como digo, disfrutaba con sus llamadas. Pero cuando más me sorprendió, fue al describirme la entrada a una tumba recién descubierta e inaccesible al público, a la que pudieron acceder gracias a los contactos de Michelle, el capataz de la tumba era su amigo desde hacía muchos años, y cada vez que acaecía un nuevo descubrimiento en su excavación o en aledañas siempre le avisaba de la noticia.

 

 

Me iba narrando cada detalle, yo parecía estar viendo lo relatado, cómo si de una película se tratase, describía el olor, el color de las paredes, techo y suelo, los restos en una oquedad de esqueletos amontonados con toscas expresiones, las bellas pinturas que adornaban el lugar sagrado, cada uno de los escalones y pasillos que pisaba hasta llegar al majestuoso sarcófago antropomorfo, realizado en madera de color negro y bellamente decorado con jeroglíficos. El grupo se quedó boquiabierto ante el bello ataúd. El capataz amigo de Michelle les dijo que pertenecía a un sacerdote de Amón de la XVIII dinastía, en el Reino Nuevo, la época dorada del Antiguo Egipto, los jeróglíficos pintados en color dorado parecían corroborar las palabras del capataz.

 

El capataz le dijo a Javier que se colocase a los pies del sarcófago ante la expectación del grupo, y la suya propia. Eso sí, advirtió con seriedad que las fotos estaban allí totalmente prohibidas, todos asintieron con solemnidad. El capataz se colocó a la cabeza del sarcófago y le dijo a Javier que a su voz fuese levantando junto a él lentamente la tapa del mismo.

 

 

Así fue, ante la atenta mirada del grupo que alumbraban con sus linternas y el silencio sepulcral que reinaba allí abajo, en las entrañas de Luxor occidental, comenzaron a destapar el sarcófago. Javier sudaba en abundancia y se hallaba nervioso ante tal acontecimiento, en el que él era el protagonista. La tapa pesaba más de lo que él había pensado, pero la soltaron de las cuatro espigas por las que se hallaban unidas al sarcófago sin mucho esfuerzo, levantando con delicadeza la tapa ante la expectación de todos los presentes. Soltaron con delicadeza la tapa  en el suelo junto al sarcófago, y allí, ante ellos, se encontraba el dueño del mismo. Se hallaba en perfecto estado, al menos, su envoltura exterior, cuyo lino se veía limpio, aunque oscurecido un poco por el paso de los milenios. Tras el vendaje sobre el que cruzaba a la altura del pecho dos especies de bandas de cuero, se distinguía los brazos cruzados de la momia. La experiencia fue única e inolvidable me dijo por teléfono a altas horas de la noche, todavía eufórico tras el gran acontecimiento llevado a cabo a primera hora de la mañana.

 

 

La verdad que gracias a mi amiga Michelle y al grupo, Javier disfrutó de un gran viaje.

Llegó incluso a conocer a eminentes egiptólogos españoles y extranjeros que realizaban excavaciones en los yacimientos arqueológicos.

 

 

 

 

 

Una vez finalizado el viaje, nos reunimos todos en mi casa para celebrar el regreso. Fue una velada muy entretenida, y Javier se desvivía contando situaciones vividas en Egipto. Nos dijo que había tomado más de 11.000 fotos, todos reímos al escucharle, pero sabíamos que decía la verdad. Vino cargado de regalos para todo el mundo, y para él había adquiridos varios bellos objetos.

 

Pasado un mes más o menos desde la última cena, se presentó una mañana muy temprano en mi casa, se encontraba pálido y muy nervioso. Le invité a pasar y le serví un café mientras yo me preparaba otro.

 

 

¿Te encuentras bien?

 

 

—No, yo y toda mi familia incluido los perros estamos muy enfermos.

 

 

— ¿Cómo que estáis todos enfermos?

 

 

 

Me miró con angustia y depositó un objeto envuelto en un paño sobre la mesa. Yo lo miré extrañado.

 

 

—Si tengo razón en lo que pienso, eso puede ser el causante —dijo mirando el objeto.

 

 

— ¿Qué es? —pregunté con gran curiosidad.

 

 

—Uno de los objetos que traje de Egipto —respondió mientras se disponía a mostrármelo.

 

Lo observé sin tocarlo, pensando que podía transmitir algún tipo de infección, y que por ello su familia había enfermado.

 

 

—Puedes cogerlo, no se trata de lo que piensas —dijo cómo si me hubiese leído el pensamiento.

 

 

—No entiendo nada, perdóname, si la figurilla no ha transmitido a enfermedad, ¿por qué me dices que ella es la culpable?

 

 

—Perdona, te lo explicaré todo desde el principio, pero primero tengo que comprobar algo, y por eso he venido a pedirte ayuda, creo que eres la persona adecuada —me dijo más pálido aún para mi asombro.

 

 

— ¿Cómo puedo ayudarte?

 

 

—Necesito saber si ese Ushebty es una copia, o por si el contrario es una pieza arqueológica original, por eso he pensado en ti, quizás conozcas a algún colega que se dedique a la venta de antigüedades arqueológicas y sea un experto que pueda darnos su opinión.

 

 

—Déjame pensar, ¡eureka! Conozco a un colega que tiene una de las galerías más prestigiosas de París de antigüedades egipcias.

 

 

— ¡Bien! ¡Llévame a su galería por favor!

 

 

—Claro, me visto y partimos.

 

 

— ¡Muchas gracias amigo!

 

 

Subí a vestirme y caí en la cuenta de que sus padres vivían en España, al igual que sus hijos, cómo podía ser que ellos estuviesen enfermos. No comprendía nada, pensé por un momento, que mi amigo desvariaba, luego pensé, que quizá había contraído algún mal en Egipto.

 

 

 

Pensando en todo ello me di cuenta que ya estaba listo, bajé y para mi asombro Javier se hallaba hablándole al Ushebty, al verme aparecer disimuló con torpeza y lio la figurilla con rapidez. Yo me preocupé, en verdad, pensé que padecía algún tipo de trastorno mental transitorio.

 

Durante el trayecto, me explicó que los ushebtys habían sustituido a partir de la Segunda Dinastía a los sacrificios humanos, y se enterraban con los difuntos para que realizaran por ellos sus tareas en el Más Allá.

 

 

Asimismo, me dijo que el nombre de las figurillas había cambiado a través del tiempo, evolucionando con el lenguaje, y que ushebty era la última forma adquirida ya en época tardía.

 

Yo le escuchaba sin interés, pensaba más en su estado de salud mental y general, ya que su aspecto no era muy bueno, no tenía nada que ver cómo cuando le vi en mi casa la última vez. Para mi alivio llegamos a París, y me dirigí a la galería de mi colega Philippe, situada a unos doscientos metros de la mía, en el número 55 de laQuai Voltaire”.

 

Tuve suerte y aparqué en la misma puerta de la galería. Bajamos del vehículo y entramos en la galería de mi amigo. Javier a pesar de su malestar, se sintió impresionado con las piezas egipcias expuestas en la galería de mi amigo.

 

 

—Hola Patrick, me alegro de verte ¿qué te trae por aquí?

 

 

—Hola Thierry, necesito que me eches una mano en identificar una pieza de mi amigo, para saber si es auténtica o no.

 

 

—Por supuesto, ¿dónde está la pieza?

 

 

Javier con nerviosismo entregó el ushebty envuelto en el paño al anticuario. Él lo descubrió, y por su cara al verlo, supuse que podría ser auténtico.

 

 

— ¿Y bién? —preguntó con nerviosismo Javier.

 

 

—A simple vista parece auténtico, pero sería arriesgado pronunciarse sin un análisis de Termoluminiscencia previo —respondió mi amigo el anticuario.

 

 

— ¿Y quién puede realizar ese análisis? —preguntó Javier angustiado.

 

 

—Tranquilo, yo puedo realizarlo en mi laboratorio, aquí en la galería.

 

 

—Realízalo y dame a mí la factura —le dije a Thierry.

 

 

—Ni lo pienses, te debo muchos favores, lo haré gratis por vosotros.

 

 

Los dos le dimos las gracias, Javier transpiraba abundantemente, y con nerviosismo preguntó a mi amigo si la prueba tardaba mucho en efectuarse.

 

 

—Si todo va bien, en menos de una hora tendré los resultados.

 

 

—Te dejaremos trabajar tranquilo, iremos mientras tanto a tomar un café.

 

 

De camino a al bar le pregunté a Javier que dónde había adquirido el ushebty, él me dijo que en una tienda de souvenirs en Dra Abu el-Naga, cerca del Valle de los Reyes, en Luxor. Me comentó cómo ocurrió la venta, cosa que en su momento lo vio como una puesta en escena por parte del vendedor. Me explicó, que el vendedor viendo que él y su amiga no se decidían por ninguno de los artículos expuestos en el local, les propuso que les acompañasen, les condujo por un largo pasillo a un almacén el cual se hallaba cerrado con llave. Encendió la luz y nos quedamos asombrados esta vez con lo allí expuesto, eran objetos de mucha mayor calidad y belleza que los expuestos en la tienda, aunque en ningún momento pensamos que fuesen auténticos, eso sí, algunos lo parecían. A mí, me llamó la atención un ushebty de entre todos, era el que peor estado mostraba, pero su desconchón en el ojo izquierdo, así como restos de tierra en las oquedades de su pecho, le daban un aspecto de auténtico, parecía recién sacado de una excavación, después de regatear un buen rato su precio lo adquirí por un precio razonable, dada su belleza.

 

 

—De ahí mi duda, de si es auténtico o no, pensando en todo lo sucedido —apuntó Javier.

 

 

— ¿Crees que es auténtico? Y de ser así, ¿qué tiene que ver ello con tu enfermedad y la de tu familia?

 

 

—Revisando mis libros sobre el Antiguo Egipto, y en concreto, uno dedicado a los ushebtys, comprobé comparando una gran cantidad de ellos con el mío, que las inscripciones parecían no decir nada algunas de ellas, por lo que decidí pintarlo de nuevo con jeroglíficos con sentido, incluso le puse el nombre de un escriba de la XVIII Dinastía, al día siguiente al bajar a mi despacho y pasar junto a la vitrina donde lo tengo expuesto lo miré y se puso a vibrar, cosa que me llamó la atención, no le di importancia y pensé que con mi cuerpo yo había golpeado la vitrina moviéndola y provocando el movimiento del ushebty. Pero esa noche tuve una horrible pesadilla a raíz del suceso. En ella, el Ushebty me castigaba por haber borrado su identidad, el peor castigo que podía sufrir un egipcio, al ser condenado con ello a perecer en el olvido, y no poder alcanzar así el Más Allá. Esa noche, mi esposa y yo tuvimos fiebre, al día siguiente, mis hijos y mis padres comenzaron a sentirse mal sin motivo aparente, incluso mis dos perros enfermaron. Por eso creo, que mi pesadilla fue una forma de avisarme de mi error al pintar de nuevo el ushebty, si no es auténtico, pensaré que todo ha sido una gran casualidad, pero si es auténtico tengo que restablecer lo mejor que pueda sus originales jeroglíficos.

 

 

Yo me quedé asombrado con la historia, pero ahora, lo entendía todo, claro, que eso no quería decir que creyera en el poder mágico que mi amigo le atribuía a la figurilla en caso de que fuese auténtica.

 

 

—Esa es la historia, ¿qué te parece?

 

 

—Me has dejado sin palabras, aunque sabes que no creo en supersticiones, hechizos, ni nada por el estilo.

 

 

Me explicó de una forma apasionada, cómo la magia para los antiguos egipcios era una parte cotidiana de sus vidas, se hallaba unida a la religión y a la medicina como un todo. Había una clase de magia para cada situación. No te hablo de Magia Negra y Magia Blanca cómo hoy la conocemos, eso no existía en el Antiguo Egipto. El poder de la magia o del Heka cómo ellos la llamaban era algo de lo más normal. El faraón era el mago por excelencia, después los sacerdotes lectores llamados jer-heb eran los magos por excelencia, quienes conocían los conocimientos ancestrales, formulas y rituales, para poder emplear la magia de forma responsable sin perturbar la Maat, y poseían poderosos poderes mágicos. Existía en el Antiguo Egipto una práctica llamada Incubatio, que consistía en que el egipcio enfermo acudía a un lugar sagrado para dormir, y así, a través de la magia de los dioses se le revelaba en sueños qué había provocado su enfermedad, e incluso, los pasos a seguir para curarse.

 

 

— ¿Ves ahora el parecido de lo relatado con mi sueño, y el porqué de pensar así?

 

 

Ahora, ya comenzaba a dudar sobre la veracidad de lo contado por Javier. Quizá sus presentimientos podían ser ciertos, pero me negaba a creer que una figurilla aunque fuese auténtica tuviese un poder mágico capaz de influir en las personas en el presente, y en otra cultura.

 

 

—La verdad, es que es todo muy extraño, pero quizá haya una explicación lógica para el asunto.

 

 

— ¿Lógica dices? ¿Es lógico que toda mi familia se halle enferma a pesar de vivir a 2.000 kms, y que mis perros los dos también se hallen enfermos?

 

 

—Bueno, supongamos que el Ushebty es auténtico, ¿qué piensas hacer?

 

 

—Mostrarle a tu amigo la imagen original y pedirle que lo devuelva a su estado, dibujando los jeroglíficos originales, después, si todo se soluciona, lo depositaré en un museo.

 

 

—Buena idea, vayamos a ver a mi amigo el anticuario, quizá ya sepa el resultado.

 

 

Ahora, de camino a la galería de mi amigo, Javier transpiraba en abundancia y se hallaba aún más pálido.

 

 

—¿Te encuentras bien? —le pregunté con preocupación

 

 

—Sí, pero estoy ansioso por saber el resultado.

 

 

Llegaron a la galería y el amigo de Patrick ya se hallaba esperándoles tras el mostrador con la figurilla en sus manos.

 

 

—¿Lo tiene? —preguntó Javier con tono tembloroso.

 

 

—Es auténtico sin lugar a dudas.

 

 

Javier me miró si decir nada y más nervioso aún pidió a mi amigo si podía restaurarlo a su estado original. Le mostró la foto en su móvil y mi amigo le dijo que avisaría a su restaurador y llevaría a cabo el trabajo. Javier le estrechó las manos y le dio las gracias con vehemencia.

 

 

—¿Cuándo podrá estar acabado?

 

 

—Cómo veo que parece una urgencia, veré si puede estar listo para hoy.

 

 

Tanto Javier, como yo, le agradecimos el gesto, le invitamos a almorzar en un restaurante típico parisino, y durante la comida Javier relató su rocambolesca historia a mi amigo, sentí vergüenza ajena, pero para mi asombro, mi amigo el anticuario no vio con malos ojos la historia de Javier, él también era un apasionado del Antiguo Egipto y conocía todos los aspectos de su cultura y pensamiento, incluida la magia. Javier le dio las gracias por su comprensión, y le dijo que pronto sabrían si eran ciertas sus suposiciones o no. Después, le dio las gracias por el trato dispensado, al igual que a mí.

 

 

 

Nos hallábamos tomando una cerveza en un bar junto al Sena, cuando sonó mi teléfono, era mi amigo el anticuario para decirme que el Ushebty ya había sido restaurado. Se lo hice saber a Javier, y cómo poseído, sacó su móvil y telefoneó a su esposa con rapidez.

 

 

—¿Cómo te encuentras?

 

 

—Bien, hace un momento se me han quitado los dolores y el malestar como por arte de magía —dijo su mujer extrañada pero contenta.

 

 

Así es, la magia, no pudo evitar decir Javier y su mujer le preguntó extrañada de qué hablaba.

 

 

—No te preocupes, son cosas mías, pronto estaré en casa, por cierto, ¿y los perros cómo están?

 

 

—Bien, les di de comer hace un rato y se hallan correteando por el jardín, es una alegría verles así.

 

 

—Me alegro, hasta luego, besos.

 

 

Noté cómo tras hablar con su esposa, su palidez desapareció del rostro, y su sonrisa había aparecido de nuevo. No me dijo nada, siguió haciendo llamadas, esta vez a sus hijos. También se hallaban curados, por último telefoneó a sus padres y obtuvo la misma respuesta, se hallaban perfectamente desde hacía unos minutos.

 

 

—¡Bien! ¡Ha funcionado! —gritó eufórico mientras me cogía la cara y me besaba en la frente.

 

 

—Brindemos por ello —dije sin que se me ocurriera algo mejor.

 

 

Fuimos a recoger el ushebty, y ahora relucía mejor que antes, mi amigo quiso hacerle una oferta por él muy sustanciosa, pero Javier a pesar de ello la rechazó, pensó que el ushebty había sanado a su familia y a él mismo, y que su lugar debía ser no un museo, sino su lugar de origen, Egipto. En su próximo viaje al país de Kemet lo llevaría con él, y lo enterraría en pleno desierto, cerca de donde lo adquirió, así descansaría en paz… 

 

 

 

                                                  FIN